"Escribir es un acto de fe y, como toda fe, de fidelidad. El escribir pide la fidelidad antes que cosa alguna. Ser fiel a aquello que pide ser sacado del silencio". María Zambrano.
Noticias desde el exilio"Para aquellos que caminaron juntos, las huellas nunca se borran". Proverbio africano.
lunes, 27 de noviembre de 2017
martes, 23 de mayo de 2017
Consuélate conmigo
Fue una carrera extenuante. Llegó jadeando, gimiendo quejumbrosamente y con las mejillas alborotadas por el flujo de la sangre expandiéndose entre las extraviadas venas que cruzaban en rojo cada semáforo, atropellándose en la huida de la oficina hasta la parada del autobús. Lanzó un último resuello, sin más testigo que un banco desierto protegido por una infiel marquesina publicitaria y un perro domesticado contra la ternura.
-¡Joder!
Fue una exclamación muy precisa y de pura
consternación ante el infortunio de perderse la cita planeada y lo mucho que
prometía…
-¡Joder, joder! –repitió con rabia y sin
aliento.
El chucho levantó una pata para dejar claro
quién mandaba en el cuadrilátero, por mucho que ella resoplara o lanzara
puñetazos verbales.
Desenfundó el móvil y envió un mensaje. “He
perdido el bus (emoticono lacrimógeno). No llego. Buen viaje. Demasiado trabajo.
Prometo compensarte. Lo sientooooooo.”
Se dejó caer en el banco con agotamiento. La
derrota no estaba hecha para ella, se dijo mientras observaba al perro husmear
los restos del envoltorio de una golosina. El aviso de un mensaje le confirmó
que lo bueno, si breve, es dos veces bueno: “Yo más”. Consultó el reloj y
calculó que le quedaban casi cuarenta minutos antes de que llegara el siguiente
bus.
Cruzó la calle y luego, a pocos metros, una
conocida puerta que franqueó por primera vez en misión espía. Se dejó guiar por
su instinto y llegó ante decenas de lomos de colores entre los que rebuscó,
acordándose del galgo callejero olfateando las esquinas, sedienta por encontrar
combustible con el que encender su pasión aquella noche, en solitario. Era fácil
detectar el material inflamable, por el brillo fogoso de sus portadas.
Al final eligió un título que parecía
competente: “Consuélate conmigo”. No hubiera comprado jamás un ejemplar de esa
índole en su librería de confianza, pero en aquellos almacenes anónimos,
después de una tarde de perros, la infracción sabía a pecado. Y esa noche
necesitaba una buena lectura compensatoria. ¡Qué demonios!, correr por haber
corrido...
Se apresuró por salir de allí para agarrar
puntualmente el bus y llegar a su casa, donde aquella noche, las alas del libro
se abrieron bajo su mano en un acuciante relato de caricias húmedas y postergadas.
Y gimió, jadeó y la carrera fue extenuante. Pero llegó con creces.
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Imatge: Martí Garrancho |