"Para aquellos que caminaron juntos, las huellas nunca se borran". Proverbio africano.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Embarcando en el 2021

 


Mientras me como un polvorón (el primero de estas fiestas) como le gustaba a mi padre, apretujado y compacto, saboreo el artículo de Ana Bernal-Triviño “Los abrazos”, publicado hoy en el diario Público. Ha sido un regalo de otra Ana, amiga del alma. No soy la única que hoy lo ha leído con lágrimas en los ojos y con el corazón lleno de agradecimiento. Leedlo. Es lo mejor que se ha escrito respecto a algo fundamental que tanto hemos echado en falta este año: el gesto más humano de entre los gestos.
La mirada se me va hacia la estantería, por encima de la pantalla del ordenador, y me vuelvo a ensimismar en las dos fotos que me acompañan desde la primavera. Una de mi padre solo, con camisa isleña –de sus últimas vacaciones- luciendo una sonrisa contagiosa, y la otra de los dos, en la que lo abrazo por la espalda y él se aferra a mis manos a la altura del cuello; anclados en ese instante de amor eterno. La instantánea tiene más de veinticinco años, pero conservo el jersey que él llevaba puesto entonces y también, la cazadora de punto gris que me abrigaba a mí, en aquel día de actividad “baulera” que organizamos en el patio de mi colegio.
Hoy pensaba dedicarle un silencioso homenaje -él y yo solos- comiéndome este polvorón y recordando cómo disfrutaba con este bocado tradicional, prometiéndole que voy a comerme también las doce uvas, sin fallar, como cada año habíamos hecho. Pero cuando he leído el regalo de Ana, escrito por la maravillosa Ana Bernal-Triviño, me ha venido inmediatamente a la cabeza otra Ana: mi madre. Y luego, también, la doctora Ana que estuvo junto a mi padre antes de irse. Cuatro Anas -número que ha estado extrañamente presente en mi vida este año- por las que siento admiración y agradecimiento. Especialmente ella: mi madre. La persona que más me ha asombrado este año, sin lugar a dudas, por su coraje, y la que más me ha ayudado.
Así que me animo a compartir esta reflexión de agradecimiento por algunas de las cosas que he aprendido este año, aunque haya sido a fuerza de yerra: el poder de un sencillo mantra o una meditación, pero también el momento de reconocer y aceptar su caducidad; la intensidad de los anclajes (tengo que aceptar los dolorosos y construir otros que me traigan alegría);  el arduo trabajo de la espeleología íntima, reconociendo los extravíos, las incertidumbres o las certezas que se pierden a la vuelta de la esquina y que luego regresan; las fuentes fundamentales que nutren y consuelan de manera distinta a cada persona… Y desde luego sobre la piedad hacia una misma; la necesidad de ser honesta y auténtica, aunque duela.
El aprendizaje no ha acabado, ni mucho menos. Seguro estáis experimentando también vuestro propio tsunami emocional tras este duro año, así que para este 2021 quiero desearos un saludable y enriquecedor viaje, con un oleaje muchísimo más suave y manejable.

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