Sobre mi escritorio hay una
linterna roja que aguarda. Me mira con su único ojo, a la espera de que le
encomiende una misión. En medio de este mar de otoño recién estrenado, parece
un faro apagado, pero ya ha hecho de guía antes, así que no hay de qué
preocuparse.
La navegación interna solo
requiere brújula. Es interesante, comparada con otras más concurridas a las que
exponerse. En las profundidades hay hermosos bosques, altas cumbres, extensas
llanuras... Todo un paisaje por explorar y donde hallar auténticas maravillas y
sorpresas.
No hay peligro de abismos. Si
los adviertes a tiempo y no resultan demasiado atractivos, no corres más riesgo
que el de seguir haciéndote preguntas, tomar nota y dar media vuelta para
buscar tierra firme cuando te acercas a ellos. Con mayor o menor arrojo,
depende del día, incluso descubres que puedes nadar a contra corriente.
A veces el “centro” -como lo describe Zambrano- se agita ante la belleza de una familia de delfines acrobáticos o una bandada de aves que surcan el cielo proyectando siluetas de victoria con las alas desplegadas. Vuelo de nostalgia.
Pero no se puede aprender a cabalgar las olas sin antes caerse de la tabla.
Yo he descubierto que los rizos pueden ser aliados para el equilibrio. Resulta que atesoran (en círculos) sabiduría, poder, esperanzas y anhelos. Se hermanan con el oleaje y son ondas transmisoras de un conocimiento muy antiguo, maternal y acuático. Cada una lee lo que le funciona, claro.
En fin, puede que hoy solo esté rizando el rizo, pero os recomiendo prestar atención a lo que es importante, aunque a veces lo urgente no nos deje el tiempo necesario para hacerlo, como decía el gran Quino.
Así que vamos a seguir alerta y dándole espacio.
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