"Para aquellos que caminaron juntos, las huellas nunca se borran". Proverbio africano.

domingo, 10 de enero de 2016

Postales eternas


De cada viaje le enviaba una postal en blanco. Únicamente un punto violeta y su firma, aquel garabato en forma de pez. Sin palabras, pero con la fe de los antiguos cristianos hostigados. Era un lenguaje cifrado que habían acordado años atrás, cuando soñaban con recorrer el mundo de la mano. El punto era Él, como en el código Morse. El color violeta la incluía a Ella. Los dos unidos en una partícula del universo.
Nunca llegaron a viajar juntos. Desviaron los caminos sin rencor y se lanzaron a navegar en diferentes direcciones. Al fin y al cabo, tenían una postal imaginaria, entre un montón de tesoros incalculables.
Un buen día, empezaron a llegar las imágenes. Gentes, ciudades, desiertos, glaciares, puestas de sol, estrellas de mar... un universo de color y penumbra en cada una de sus fotografías. Y las fue guardando, una tras otra, en una caja de zapatos inquietos.
Con el tiempo, las postales llegaban con menos frecuencia. Cada vez se movía menos. Se quedaba largas temporadas en el mismo lugar. La mayoría de veces, al abrigo del mar. El pescadito de la firma olía a comida casera. A una casa propia.
Las postales dejaron de llegar un verano, y luego otro, y otro más... Pensó con angustia en el olvido, pero fue mucho peor imaginar su ausencia. Así que agarró una maleta ligera y partió en su búsqueda hacia la costa, guiándose por el destino de su última postal.
Encontró la playa, las rocas, el puñado de casitas blancas encaramadas al mar... En la laguna verde, siguió el rastro de otra fotografía anterior. Pero nadie supo darle una dirección, ninguna pista o paradero. Así que regresó a casa.
Cuando por fin se atrevió a aceptar la despedida definitiva, le escribió una postal. No sabía donde enviársela, así que la arrojó al mar. Sin palabras. Un punto violeta y un garabato de pez. ¡Qué más se podía pedir! Su unión sería eterna

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